Los viajes antes de la era industrial

Los viajes antes de la era industrial

 Hasta el siglo XIX y el desarrollo de la máquina de vapor, viajar era algo que estaba lejos del placer. Nadie viajaba si no era por obligación o por una necesidad extrema. También existía algún que otro aventurero que emprendía viajes de magnitudes insólitas, como Marco Polo o Elcano, pero estos eran los menos. El turismo relajado, razón por la que viajamos gran parte de nosotros a día de hoy, nunca iba más allá de la alameda o colina dentro de los límites de la comarca.

I: Bartolomé de las Casas
I: Bartolomé de las Casas
Para ser conscientes de lo dificultoso de un viaje, no era necesario tomar un barco. Desplazarse por tierra resultaba ya lo suficientemente costoso. Para hacernos a la idea, en enero de 1544, unos dominicos reclutados por Bartolomé de las Casas comenzaron un viaje que les llevaría de Salamanca a Chiapas, México. El viaje comenzó un 12 de Enero, y no llegaron a Sevilla hasta el 13 de Febrero de ese mismo año. A lo largo de 33 días, únicamente recorrieron 470 kilómetros a pie, lo que suponía una media de 14 kilómetros diarios.
  
En aquella época, un caminante ligero que viajase sin los impedimentos ocasionados por viajar en grupo podía alcanzar hasta 25 km/día. Esta velocidad podía ser levemente mejorada por un hombre viajando con un caballo cuidado decentemente, pudiendo alcanzar los 33 km/día. Las velocidades máximas de transporte que podían encontrarse en tierra en ningún caso superaban los 100 km/día.
Ésta velocidad fue la que alcanzó el servicio ordinario de correo para el público establecido por Felipe II a finales del siglo XVI. Valiéndose de un impuesto pagado por los usuarios de correo, por un valor de dos reales por cada onza de correspondencia, diseñó un transporte ‘urgente’ que era capaz de alcanzar los 100 km/día. De este modo, una carta que saliera de Madrid, podía alcanzar en cuatro días Valencia, en una semana Barcelona y en poco más de dos semanas Bruselas.
II: Barco del siglo XV
Aún así, el transporte de correspondencia era algo excesivamente caro, y dada la poca necesidad de grande volúmenes de correspondencia, a no ser que se tratase de dos ciudades cercanas y constantemente conectadas, la llegada de una carta de una ciudad a otra a 1.000 kilómetros de distancia podía llevar años. Un gran avance en este aspecto se llevó a cabo en América a finales del siglo XVIII. Gracias a la colaboración de todas las colonias españolas, se montó una red de comunicaciones que combinaba trayectos marítimos con vías terrestres y que unía Buenos Aires con Santa Fe, al norte de México. Los 7.000 kilómetros de distancia se llegaban a recorrer en tan sólo cuatro meses, y tenía paradas muchas ciudades a lo largo de todo el trayecto.
 Los problemas aumentaban aún más si teníamos en cuenta el salto del Atlántico. Los tiempos en sí mismos no eran excesivos, ya que en tan sólo una semana se podía llegar de Sevilla a Canarias. De Canarias a Santo Domingo se tardaba apenas un mes, y de aquí a Veracruz, México, no más de 25 días. Aún así, las paradas necesarias por cuestiones de aprovisionamiento, reparación de pequeños defectos en los navíos y cualquier otro tipo de contratiempo, hacía que el trayecto entre Sevilla y Veracruz nunca bajase de tres meses y medio, siendo más común tardar cerca de cinco meses por la necesidad de viajar en convoy por razones de seguridad. 
Pero claro, hasta este momento no hemos tenido en cuenta la frecuencia de los viajes. Las flotas no tenían una cadencia regular de días, sino que se trataba de transportes anuales, y no siempre. De este modo, la noticia más urgente que pudiera enviar el virreinato de Nueva España (actual México) a la corte de Madrid tenía que estar diseñada para soportar sin deterioro grave un año de demora. Y éste caso era mucho más sencillo que el de Perú o Filipinas. A causa de esto, con frecuencia sucedía que cuando la respuesta de la monarquía española llegaba al virreinato, en vez de arreglar las cosas, las complicaba aún más.
Todo esto mejoró notablemente con la llegada de la era industrial. Con la construcción de los primeros barcos de vapor en el siglo XVIII y la construcción de las primeras líneas ferroviarias en el siglo XIX, los tiempos se vieron reducidos notablemente. Y no sólo los tiempos, la comodidad hizo cambiar poco a poco la mentalidad respecto a los viajes. Tanto los trenes como los barcos, fueron evolucionando en las siguientes décadas de forma sorprendente, llegando incluso a ser posible ir de Londres a Nueva York en tan sólo 84 horas.

Entonces llegaron los aviones, y con ello una nueva revolución. 

Créditos


El artículo aquí publicado es autoría de del bloguero Milhaud y fue publicado originalmente en el Blog Recuerdo de Pandora. Ver en el siguiente enlace https://recuerdosdepandora.com/historia/los-viajes-antes-de-la-era-industrial/

Comentarios

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Me gustó este texto porque retrata de manera vívida cómo los viajes, antes de la era industrial, eran arduos, lentos y reservados para casos de necesidad extrema, contrastando con la facilidad y rapidez de la actualidad. El texto conecta historias como la de Bartolomé de las Casas con datos fascinantes sobre los avances en transporte y comunicación, como el servicio de correo en tiempos de Felipe II o los trayectos marítimos a América. Esto logra destacar el enorme impacto que tuvo la revolución industrial en la transformación de la movilidad y el turismo, haciéndolo muy interesante y educativo.

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